Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Publicado en la revista digital Gealittera - Nº 28 Tormentas


   


Un lugar al Este de España

Existen sucesos que pasan por nuestras vidas como lo hacen las nubes con el viento, tan rápido que parecen no haber sucedido; pero lo cierto es que ocurrieron. Y ahí están, un día paseando por nuestra zona de recuerdos los encontramos, los ojeamos y de cada vez nos parecen diferentes según nuestro estado de ánimo.
Encontré unas fotografías de hace tiempo guardadas en un cajón, vino a mí un recuerdo de adolescencia: las últimas vacaciones que pude hacer con mis padres. Habíamos llegado a un lugar de turismo dos días más tarde de lo previsto, todavía no tenía amigos y he de reconocer que, debido a los sucesos que acontecieron, catorce días después regresamos sin haberlos hecho. Ocupábamos la planta alta de una casa con terraza, las vistas eran amplias, los paisajes verdes, podían apreciarse toda clase de árboles en una zona de montaña preparada para el turismo. Mi dormitorio accedía a la terraza a través de dos puertas de cristal, desde allí se veía el cielo abierto, la luna y multitud de estrellas.
El lugar era relajante, inspiraba paz.
El día amaneció soleado, se preveía un día perfecto de playa; ni gota de aire, temperatura adecuada y silencio en la mañana.
Me sentí pletórica.
Bajé a la playa cruzando las vías del tren, era el único camino. Por aquel entonces me gustaba nadar, y eso hice durante toda la mañana. Subí a comer, pasé la tarde con una amiga, y conseguí aburrirme durante la cena en compañía de mi familia; tenía dieciséis años.
Me acosté pronto, estaba agotada y aburrida; comencé a leer y me quedé dormida. Me despertó de golpe el primer trueno con un estruendo, parecía que se había roto la tierra, la tormenta estaba encima.
Metí la cabeza bajo la sábana y aguardé.
Mi dormitorio, orientado al Este, se iluminaba todas las mañanas de la misma forma que lo hizo con aquel primer rayo. Me quedé inmóvil, aterrada, pensé que no serviría de nada que me escondiera en ninguna parte, los rayos caían delante de mí; aquel cielo abierto, donde cada noche admiraba las estrellas, se convirtió en un jolgorio de rayos.
Brillaban más que cualquier iluminación que pudiéramos imaginar.
Me puse en pie y miré de frente a la tormenta; segura de mi impotencia me serené y tomé la decisión de observarla mientras los demás descansaban en sus dormitorios con persianas.
Las palmeras del paseo se doblaban, los árboles parecían querer volar, un rayo cayó sobre uno de ellos y lo vi arder; con el viento se extendió el fuego, pensé que moriríamos quemados.

Fue entonces cuando comenzó a llover como si no lo hubiera hecho nunca, como jarros de agua, como una ducha gigante con chorros fuertes…El fuego desapareció, el agua arrastraba todo lo que encontraba en su camino, incluso piedras, y la planta baja de la casa se anegó.
Sonó una alarma, parecía que alguien acudía a rescatarnos.
Aquellas personas nos desalojaron, la orden era salir corriendo todo lo rápido que pudiéramos; dijeron que no podíamos llevar nada. Salí de allí como alma que lleva el diablo y corrí todo lo que pude sin perder de vista a mi familia, vi arrastrar todo tipo de cosas empujadas por el agua, ropa, zapatos, maletas, hamacas, sillas…
Todos nuestros objetos corrían río abajo, un río que se estaba formando entre las coquetas casas de turismo de aquella pequeña montaña, que ahora parecían querer hundirse sobre sí mismas.
Mientras corríamos continuaban sonando los truenos y cayendo rayos.
Pasamos la noche resguardados en un edificio, permanecimos en él acompañados de multitud de turistas y del personal que nos evacuó; ellos se protegieron junto con nosotros. Estábamos mojados y teníamos frío, la humedad calaba en la piel y en los huesos. Así pasaron cuatro o cinco horas, a oscuras, escuchando los truenos, el silbido del viento y la lluvia que sonaba como si dieran tremendos golpes en el techo.
De pronto llegó la calma. Amanecía.
Todavía recuerdo la cara de satisfacción de aquellas personas que nos habían ayudado, sonreían cuando nos dijeron que saliéramos, que todo se había acabado y podíamos regresar a casa.
Cuando crucé la puerta de salida observé sus caras relajadas, ya no eran las mismas miradas tensas de aquella noche. Pude sentir en sus rostros alegría y la satisfacción del deber cumplido.
Crucé aquella puerta y me encontré de lleno con la desolación, todo estaba destrozado, lo que no se había quemado se había inundado. Toda la furia del cielo había descargado contra aquel lugar.
Sin embargo, ante la vía del tren y rodeados de agua, sonreíamos ante una cámara de fotos esa mañana; una fotografía que ahora resulta entrañable.
Estábamos juntos.

María Teresa Fandiño
La Coruña, España
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