Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

martes, 15 de septiembre de 2015

Toda una vida queriéndote


TODA UNA VIDA QUERIENDOTE

De niño me visitaban las brujas, se reían de mí y cuando pasaban por delante de mi habitación me gritaban, no, mejor dicho me chillaban, porque sus sonidos eran agudos y entraban por mis oídos ensordeciéndome. Desde mi cama las veía reflejadas en la pared, me miraban con sus ojos negros grandes y sus caras feas; cuatro pelos en la cabeza, largos y disparados. Apenas tenían cuerpo, eran pequeñitas con cuatro dientes muy afilados que parecían los de los lobos.

Después llegaban los fantasmas y las echaban, ellos querían pasear por la casa y fisgarlo todo. Paseaban toda lo noche por las habitaciones, sin embargo cuando me levantaba de la cama, ya se habían ido. Me había acostumbrado a que estuvieran por mi casa, y ya sabía por qué mis padres no me creían.
Mi profesora me dijo que sólo les ven los niños y que los mayores no pueden verles ni sentirles, y que por eso no creían en su existencia. No se lo conté nunca a ellos porque no me creerían. Eran tan mayores que ya no se acordaban y esas historias de los fantasmas les parecía una tontería; con el tiempo les habían olvidado, cambiándolos por otras cosas que les parecían mejores, les quitaban más el sueño y les daban mucho más miedo. A ella, mi profe, no le parecía mentira porque se acordaba todavía de ellos aunque hubieran pasado muchos años. Me dijo que ella no había tenido la ocasión de olvidarlos porque cada año se lo recordaban los niños. Entonces escribí sobre ellos en mi libreta, para que cuando fuera mayor no se me olvidara que existen de verdad y que los niños son los únicos que pueden verlos.
Todavía la conservo. 
Me miro al espejo y ya no soy el niño que veía fantasmas. Se refleja mi cara con ojeras, y algunas arrugas que debería ocultar, mi cara me recuerda a la de mi padre. Mirándome en ese espejo, recuerdo cuando él me decía aquello de “yo ya tengo pelos en las orejas”. No sé en qué momento me han salido canas, no lo recuerdo. Después de observarme detenidamente, le resto importancia a todas esas pequeñas cosas que se producen con el paso del tiempo y pienso en Rosita, pensar en ella me relaja. Me visto y salgo a la calle silbando una canción antes de subirme al coche, sujeto el volante con las dos manos y le digo
—Otro día más, enano.
Caen hojas secas en el jardín delante de casa, el verano nuevamente se acaba, parece que se va definitivamente, pero siempre regresa para casi todo el mundo. Paseando por las tardes, a lo largo de la playa, todas las farolas comienzan a iluminar muy temprano. Siento frío en mis pies, y en el horizonte el sol se acuesta tras el mar. Como cada día se esconde para dejarla salir a ella, la reina de la noche. Quiere ser la única en el cielo, él, el sol, siempre se reclina a sus pies.
Cada año, en esta época caen castañas de los árboles, las recogemos en un pequeño cesto y las asamos. Todos los años hacemos lo mismo, nos gusta pasar el tiempo haciéndolo, Rosa y yo llenamos un buen cesto. Comienza a ser rutinario.
Me gusta salir a la calle a dar un paseo con sombrero, me lo he comprado para cubrirme de la lluvia; comer castañas, las que recojo, no me hace gracia comprarlas; dormir profundamente por las noches, no me gustan los nuevos fantasmas así que no les hago ni caso, y cuando llega el invierno siempre me compro un paraguas nuevo. Rosita siempre se compra uno de colores, porque a ella también le encanta sentir esa sensación de estrenar paraguas. El de este año es verde.
Pronto llegará Navidad y, como cada año nos reuniremos todos los que podamos, y disfrutaremos de los que estamos. El tiempo transcurre como girando en una noria, cada vez que llegas abajo vuelves a subir y a bajar, sólo que cada vez que bajas tienes que volver a pagar. Vuelta a vuelta, voy conociendo gente nueva, unos creen todavía en las brujas, otros ya no, y otros, como yo, lo llevamos anotado en un papel para que no se nos olvide que son reales.
Hay un lugar en la montaña en el que existe una cabaña de cazadores abandonada, de niños solíamos jugar allí durante el verano. Cuando llegaba el otoño encendíamos el fuego de la chimenea. Enseguida refrescaba, allí pasábamos largas horas jugando a las cartas. En invierno nos acercábamos todos juntos al fuego y contábamos historias de miedo. Recuerdo lo bien que lo pasábamos, se nos pasaba el tiempo enseguida y alguna vez se nos hacía de noche, muchas veces tuvimos que dormir allí.
Todavía me gusta ir de vez en cuando, esta noche pasada me quedé en la cabaña, se me hizo tarde y me dormí mirando el fuego. Suelo burlarme de las brujas que habitan en él. Me divierte. La cabaña es conocida en todo el pueblo. Cuando la gente se siente sola, coge una manta y llega, sin más. A veces somos más de seis, otras veces sólo Rosita y yo, aunque ella viene pocas veces. Rosita tiene cosas escondidas bajo una tabla, chocolate, agua, galletas…una baraja para jugar al mus, ahora se pone gafas para poder ver las cartas. Las ha comprado de varios colores. Desde hace unos meses le gusta que le llamen Rosa.
El médico me ha dicho que el tiempo no perdona y que pasa factura. Ha pasado ¡tan rápido!…Ni siquiera tuve tiempo de casarme, estuve ocupado con mis otros fantasmas, debí de habérselo pedido a Rosa. Tal vez no sea demasiado tarde. 

—Hola Javier, ¿has dormido aquí toda la noche?
—Hola Rosa, buenos días, ¿qué traes en ese bolsa?
—He pensado en subirte el desayuno.
— ¿Por qué? ¿Cómo sabías que estaba aquí? ¿Has pasado por mi casa?
—Si, y tu hermana me ha dicho que no fuiste a dormir esta noche, que estarías aquí. Te he traído café en un termo, y un trozo de bizcocho.
— Mi hermana no tiene un pelo de tonta…Casi nunca desayuno.
—Lo sé, pero ahora debes cuidarte. Me han dicho que estás enfermo…Lo siento.
—Rosa, tú nunca te casaste, ¿por qué?
—No sé decirte, se fue pasando el tiempo y…Supongo que estaba ocupada con otras cosas, cuando me di cuenta ya tenía una edad para ser abuela.
— ¿Crees que el tiempo se ha ido para nosotros dos, que ya no volverá? Dime Rosa, tal vez no…
—No, pero el tiempo no es infinito, hay que disfrutar de cada tramo, Javier.
—Estamos en el tramo de la madurez feliz, la barriguita y esas cosas.
—Se trata de disfrutar cada ocasión, ésta por ejemplo. Aquí, contigo desayunando parece que no pasan las horas.
—A los dos nos gusta este sitio, nos trae recuerdos. Estamos a gusto.
—Siempre estoy a gusto contigo, Javier. ¿Otro trocito de bizcocho?
—No apuesta mucho por mí el médico, me preocupa.
— El médico puede estar equivocado, tendrás que visitar a otro, otra opinión no viene mal.
—Tengo poco tiempo, Rosa, ¿querrías pasarlo conmigo?
—Acaso no ves que ya lo hago…No me separaré de ti ni un minuto más. Ahora el tiempo es oro.
—Ya lo era antes, Rosa.
—Pero no lo sabíamos.
María Teresa Fandiño

Página 156 Revista digital Gealittera nº 13
La Coruña, España
Fotografía de "Revista Gealittera"


Revista digital Gealittera nº 13 Publicación Septiembre 
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