Soledades
—Tú, «bella durmiente», sin enterarte de nada —susurraba—. ¡Qué bien vives! Perdona, no tienes la culpa de mis problemas— exclamó girándose hacia ella.
Una vez sentada en el sillón del acompañante que, como tal, nunca había sido utilizado, la enfermera le comentó sus problemas familiares con la certeza de que no huiría de sus charlas, y abrió un libro por la misma página donde lo había dejado la noche anterior.
—…
—Eres la única que me escucha sin quejarte, permíteme abusar; si tuviera una mínima sospecha de que te molesto, te dejaría en paz, lo sabes; para compensarte te leeré hasta que finalice el turno. Percibo que te gusta.
—…
—La noche se hace corta, ¿verdad? Tal vez creas que no deseo volver a casa…
María Teresa Fandiño Pérez.
Registro de la propiedad intelectual.
29/09/2020
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