Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

viernes, 15 de mayo de 2015

Mis historias







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Historias
Un cordón de campanilla roto, de María Teresa Fandiño

Una butaca pequeña, algo vieja y desvencijada, me hacia ilusión sentarme allí. Me sentía en armonía con la vida, un retazo de paz. En el fondo me parecía una locura haberme desplazado tantos kilómetros, había sido como desplegar velas y sentía que tenía un hermoso tesoro en mis manos. Al fin pude conseguir unos días libres para viajar. Y ¡al fin había conseguido una entrada para aquel teatro a cien kilómetros de mi casa!. Llevaba un vestido color mandarina con unas sandalias a juego y estaba encantada.
Tres, dos, uno… comienza la función.
Estaba ensimismada, sólo un retazo y la obra me parecía fascinante, había perdido el habla. Enorme carisma el del actor principal, comienza la historia con una traición. Una luz blanca incide sobre el escenario en azul, verde y amarillo, se cubre de rojo en una perfecta absorbancia, un espectro de absorción que se convierte en magia, destino fascinación. Olvidé por un momento mi vida cotidiana y me embarqué en un viaje al centro de aquella historia, me emocioné con ella.
Una amable y virginal mujer vestida de negro con un bolsito blanco, joven, dulce y aniñada. La obra comienza con amables palabras y continúa con duras y amargas acciones bien trazadas, maduradas con maldad en ambrosía, alcanzando incluso el sadismo.
Ella huye espantada, llega a la ladera del monte alcanzando la frontera. Margaritas blancas, tréboles, piedras… En su bolso lleva todas sus pertenencias, las gafas, un peine y una cartera vacía, cuanto posee está en su alma. Comienza a llover y, ante tamaña desesperación, ella ríe, observa a su alrededor, puede ver la libertad y sentir su alas volar.
Me sentí como las campanitas rotas que, siendo tan alegres, ya no tocan.
Derechos reservados
Fotografía de la red
18/04/2015


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Historias
"En Saint Michel me enamoré"
14/03/2015
Cómo estás, espero que me recuerdes, nos conocimos en Saint Michel hace unos años. He leído algo sobre ti, unos poemas preciosos. Me hicieron recordar aquellas noches tan hermosas en aquel lugar idílico en Francia, Saint Michel.
Había emprendido aquel viaje sola, mi maleta iba cargada de piedras de estrés, necesitaba el placer de la soledad y el silencio. Harta de tanto trabajo frustrado, encontré allí esa paz que buscaba. Más tarde volví a la realidad, solamente el hecho de salir del hotel me devolvió a un mundo feroz y enfermizo, que abandoné en muy poco tiempo.
Recuerdo Sant Michel con mucho cariño, por su paz, y porque allí me enamoré por primera vez
Un abrazo
Maika
20/03/2015
¡Qué sorpresa tan hermosa!
Cómo estás, me alegró haber recibido tu carta. Claro que te recuerdo, ¡cómo olvidar aquellos anocheceres en Saint Michel! Me impresionaron sus lugares mágicos, una sensación de placer incomparable. Recuerdo el día que nos conocimos en aquella Abadía tan bella y romántica, llevabas puesto un vestido de flores y, más tarde, sentados en una terraza disfrutamos de la música que llegaba de una pequeña orquesta y de las magníficas vistas del litoral.
No olvidaré tu bonita sonrisa en aquel restaurante a la luz de las velas, tu ternura y al alba…un gigantesco sol en el cielo. Recuerdo que dijiste que te pareció oír el sonido de un laúd. También me viene a la memoria el día que nos despedimos ¡Cuántas veces me acordé de ti!, te llevaste mi corazón, pensaba que me habías olvidado.
Intenté buscarte, mas no te encontré. Mis obligaciones me impidieron viajar. En un momento determinado llegó un aviso y regresé a mi pueblo, mis padres habían fallecido en un accidente de tráfico. Cuando llegué me encontré recogiendo sus cosas, mi intención era deshacerme de casi todas ellas, salvo algunos recuerdos, y regresar a mi apartamento en la ciudad. Entre las pertenencias de mi padre encontré una caja de plata que me llamó la atención, estaba cerrada con llave. Durante algunos días no le di importancia, todo estaba ya recogido para marcharme. Ya sin apenas muebles en la casa, encontré una madera rota, se tropezaba al pasar, y eso llamó mi atención. La levanté y en ella encontré armas, bombas cargadas, y papeles, también la llave del joyero y una pequeña libreta llena de versos. Tuve que telefonear a los artilleros para que vinieran a desarmar todo aquello, temía que explotara. Me enteré de que mi padre había estado en una guerra y había sufrido de pesadillas y otros pesares, se había vuelto loco y dormía sobre aquellas bombas y sin embargo escribía preciosas poesías. No le reconocí, decidí quedarme una temporada por aquí porque me picaba la curiosidad. Mas poco a poco conocí personas extraordinarias, dejé pasar el tiempo entretenido en mis pensamientos, me enamoré de nuevo, me casé…
¿Y sabes una cosa curiosa?, en el joyero sólo había un recordatorio de mi primera comunión y un escapulario, también un pequeño diente que supongo era mío. En fin, Maika, todas esas pequeñas cosas que llenan una vida entera.
Quizás sea posible encontrarnos en alguna ocasión, me agradaría mucho. Recibe un abrazo afectuoso
Miguel.

María Teresa Fandiño
20/03/2015
© Derechos reservados







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Historias
Ojos verdes, mirada traicionera

Se sentía identificada con ella, la miraba fijamente a los ojos como si ambas se entendieran. A veces había sentido sensación de inquietud.
Se temían.
La luz ya no era de su agrado, así que decidió que su jornada había finalizado, recogió sus bártulos y salió corriendo de allí. No recordaría ese día como uno cualquiera, sus nervios estaban a flor de piel. Se presentó en el café que frecuentaba normalmente, esperando encontrar algún conocido. Necesitaba esa sensación de apoyo que dan los amigos.
Era un lugar peculiar.
A la entrada, de frente, estaba la barra donde un camarero, de baja estatura, con bigote, que llevaba allí casi cuatro años, servía sin dilación. Utilizaba una tarima para alcanzar el mostrador. Las mesas eran antiguas, casi todas de mármol blanco, rectangulares, excepto una que estaba al fondo que era redonda y más grande. En cada mesa un personaje digno de ser observado.
Entró directamente hacia el fondo, lentamente. A cada paso les observaba, ellos llenaban aquel ambiente que tanto le gustaba y le arropaba, siempre era parecido. En una mesa tres chicos tocaban música, dos de ellos la armónica y otro un acordeón, elemento extraño hoy en día. A la derecha un matrimonio observaba y escuchaba, delante de unas tazas de café o chocolate. Mari, la camarera, estaba ordenando los periódicos y también estaba allí aquel chico de todas las tardes, el escritor. Hoy parecía estar inspirado, no paraba de escribir. Doña Rosa, la vecina, con su pequeña gata en brazos; de vez en cuando le hablaba, la acariciaba y le daba trocitos de una galleta que ella agradecía gustosa.
Los universitarios al fondo, en la mesa redonda, completaban el cuadro. Comentaban como si estuvieran colaborando juntos en algún trabajo o algún examen, sobre unos libros y algunos apuntes.
Se sentó al lado bajo una luz tenue de pared, sacó sus dibujos de una enorme carpeta y los fue colocando sobre la mesa. Se detuvo en uno de ellos, observó como la pantera la miraba, había sido increíble que le hubiera clavado la vista. Ella se había puesto muy nerviosa, pero lo cierto es que el dibujo era fantástico, no sólo el color del animal, sino también sus ojos y su mirada.
Había captado todo su ser, era un buen trabajo. Mientras observaba el dibujo, volvía a reconocerse en ella, esos ojos de gata y su temperamento nervioso, que no la dejaba vivir. Pidió un té y, sorbito a sorbito, a la espera de sus amigos, se dio cuenta de que no debería regresar a visitar a la pantera del zoológico, la subyugaba peligrosamente. Esa noche no dormiría tranquila.

Los estudiantes la observaban de reojo, “A ella se le ve que algo raro tiene…”, comentaban en voz baja.

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Historias
  Feliz día de los enamorados
Tú, yo y la luna llena, de María Teresa Fandiño 
Hoy como cada 14 de Febrero, amo ese placer eterno que me ofrece tu querer.
Tú, sólo tú, eres mi esperanza y mi alegría, desde aquel día que te conocí. Eres romance sereno en cálidas noches de luna blanca, hay luz en tus ojos negros. Tu sonrisa con hoyuelos me enloquece, tus suaves caricias brotan de las yemas de tus dedos...
En mi cama, pétalos de rosas rojas y, en la penumbra, ternura.
En un cofre de cristal, junto con un polvillo de estrellas, guardo celosamente todos tus besos al alba, cada mañana cuando partes.
Es tan deslumbrante el brillo de tu amor, tan melodioso su sonido sincero, y tan sabroso su sabor que, en mis labios, con versos de locura creció un rosal, y con besos de ternura un mundo de poemas.
María Teresa Fandiño
14/02/2015
© Derechos reservados




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Historias

Adivina quien es


Su fuerza estaba en su mirada y en su voz, como entonando un trino, escucharle era un placer. 

Surrealista en todo lo que tocaba, ¡narcisista irritante del Ampurdán!, amante del escándalo, le gustaba el fútbol, la pintura, la escultura, los grabados, la escritura, el dibujo, el cine, la fotografía...
A la pregunta, de si se llegara a quemar el museo del Prado, qué era lo que salvaría, él contestó “que salvaría el aire, y específicamente el aire contenido en Las Meninas, de Velázquez, ¡que es el aire de mejor calidad!”. Admirador suyo, estuvo influido por su imagen, fue un genio con cara de loco, su porte distinguido, orejas de “Dumbo”, siempre elegantemente vestido. Jacinto es su tercer nombre, trajo en gala un amor duradero, eterno. Falleció debido a la enfermedad de Parkinson. Sus grandes amores fueron ella, que ya la nombré, y su pintura

Adivina quien es, él era el surrealismo…

© Derechos reservados



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Historias

Vivir más de cien años

Pasados muchos años, había recordado de pronto cuánto me satisface escribir y aquella frase, “el silencio encuentra al olvido”, así que decidí comenzar a escribir de nuevo.


Era muy alegre y con muchas ganas de vivir durante mi niñez, sin embargo ocurrió algo que encauzó mi vida. Una tarde cualquiera de lluvia, de forma repentina y sin avisar falleció mi abuelo, ese día se convirtió en un día extraño en mi vida, fue la primera vez que guardé un secreto.
Fruto de aquellos encuentros ancestrales, con alegres paseos por las calles con mi abuelo, vuelvo a sentir fascinación por escribir.
Las mujeres se encontraban en la segunda planta, lloraban su muerte, hablaban de cosas extrañas que mi mente no comprendía, así que abandoné el lugar, me dirigí al piso inferior, allí estaba el comedor donde mi abuela realizaba las comidas familiares.
Estaba sola leyendo alguna revista de las que existían en la época, era algo corriente, ojeaba los contactos del exterior, un hombre quería buscar a su familia en España, una mujer buscaba novio, era una época muy ingenua en el país, todo estaba censurado y las nuevas tecnologías se encontraban en los picos de la luna. En mi tranquilidad de niña distraída, ocurrió algo especial.
Secuenciando, a mi mente llegaron un espejismo, un rumor, un recuerdo; su pluma con la que escribía no estaba, sólo permanecía allí, inmóvil y seco, su tintero.
Sentí que alguien estaba en la habitación, noté su presencia, quería despedirse de mí y no podía acercarse; él no quería asustarme, sólo acariciar mi pelo como había hecho siempre. ¡Qué dulzura!, todavía recuerdo sus dedos, su forma de hablarme, su forma de mirarme. ¡Qué triste y solo se sentiría!, esa idea, me mortificó durante años.
Recuerdo aquellos cuadros en el comedor que parecían hablarme, eran oscuros, extraños, imitaban al más puro estilo de Goya en sus pinturas negras, un pintor cualquiera que, en sus trazos, parecía haberlas dibujado él mismo, y aquellos bodegones que tanto me atormentaban pero que sólo representaban comida, bebida… un cuchillo…Aquellas pinturas me observaban, me confundían en mi nerviosismo, era terror lo que sentía.
Subí precipitadamente, allí estaban mis amigas, las necesitaba, como las necesité en otras épocas de mi vida, en las que acontecieron hechos importantes.
Percibiendo que las mujeres no lloraban, me preguntaba qué había ocurrido, una niña acababa de nacer, alguien la colocó en mis brazos, en mis oídos unas palabras dulces e infinitas en el tiempo que suavemente me tranquilizaron, “unos se van, otros llegan”, con la niña en brazos sonreí, sentí su ternura, su olor especial, aquellas manitas, esos deditos que no me soltaban, su naricita dura como un diamante, y aquellos mofletes redondos y sonrosados…todo aquello me embargaba de emoción, sin embargo también recuerdo cuánto pesaba, temía que se cayera… la sostuve todo el tiempo hasta que me liberaron de aquello que me parecía una tremenda, ardua, y eterna responsabilidad.

Fue entonces cuando comprendí el sentido de la vida, tristeza, por aquel hombre que se fue, responsabilidad y ternura, por aquella niña que acababa de nacer, deseo, de vivir más de cien años habiendo sido feliz y con mi pluma en la mano, aquella que aún recuerdo.

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Historias
Cristales en la playa y en el alma

Recordaba Florencia con cariño y también la recordaba a ella, aquella mujer del vestido de seda y flores; sonreía con añoranza mientras escribía una carta, le hablaba de su casa en la montaña, de sus peces, de la playa de los cristales…de una preciosa Asturias.
¡Cuanto la añoraba! Cuando comenzó a escribir aquella carta dudaba, mas el hecho de luchar por cosas importantes de la vida, es motivo de satisfacción y esperanza. Analizando pasado y presente sentía la seguridad de que, durante todo ese tiempo, no había sentido amor más grande que aquel que conoció en Roma y abandonó en Florencia. ¡Aquella italiana, qué linda era!
Había hecho un gran esfuerzo al salir de su país, había confiado en personas desconocidas que hablaban otro idioma. En aquel momento sólo sentía una necesidad, la de vivir la vida a bocanadas y pensaba que pasado el tiempo la olvidaría.
Sin embargo, ahora, en el ocaso de su vida, se daba cuenta de que fue ella lo más hermoso y mágico de su existencia, y sentía que no había conseguido vivir con plenitud. Mientras recogía las cuentas de colores, en la playa de los cristales, y las colocaba en su acuario, se entristecía, padecía de una triste nostalgia que le recordaba aquellos días junto a ella.
Había encontrado un paraíso en Asturias, y en ese lugar con su perro y sus peces de colores, había instalado su casa en la montaña, orientada hacia la playa de los cristales.

Se sentía a gusto, mas sentía cristales en el alma, pero estos no estaban erosionados por el mar ni tampoco por el tiempo, como él había imaginado por aquel entonces, sino que lastimaban su corazón.
María Teresa Fandiño 
© Derechos reservados

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