Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

jueves, 16 de junio de 2016

Huele a hogar


                                                                     Imagen obtenida de la red


HUELE A HOGAR

Las ventanas eran de madera vieja. Todavía no había llegado el frío del invierno, la brisa  entraba a través de una ventana entreabierta de mi cuarto, me agradaba; me abrigaba bien y me dormía. Soñaba...soñaba con un lugar lleno de mariposas, colores y aromas de primavera. De la primavera pasaba al invierno, olor a humedad;  al fin y al cabo en mis sueños y en mis cuartillas podía vivir en la estación del año que más me apeteciera. Me reconfortaba encontrarme entre sábanas y mantas gruesas por las noches y entre letras por las mañanas. Podía imaginar.
—Tal vez la realidad no sea más que pura invención —me decía a mí misma, en mi soledad.
—Tal vez  pudiera ser real aquello que escrito en hojas de papel, se deja leer —me respondía a mí misma.
En mis fantasías bien pudiera ser un mago, un hombre con poder, una mujer fatal o una astronauta recién llegada de un viaje espacial.
Viajaba mi imaginación en barca y a través de las letras.
Me gustaba retirarme al campo para escribir, allí mi barca no se hundía.
La casa tenía vida propia, no me asustaba  porque habiendo nacido en ella, la conocía bien. Sin embargo, a mis amigos les resultaba impactante. Estaba desvencijada, a veces parecía gemir; en sus lamentos olía a madera vieja. Se  podía intuir su pasado. Sus rincones, junto con sus pinturas, sus lámparas y sus relojes, contaban historias maravillosas de tiempos pasados.
Las musas no la abandonaban, se sentían a gusto allí.
En mi dormitorio podía concentrarme. Sobre mi escritorio siempre había flores silvestres que llenaban de fragancia el cuarto. A mi izquierda, a través de la vieja ventana de madera, entraban los primeros rayos de sol de la mañana; desde allí podía disfrutar de las vistas del río y de la naturaleza. Me asomaba a la ventana, escuchaba la melodía  que venía del río….Escribía.
Algunos me llamaban loca, otros me decían rara.
Pasaban las horas tan rápido en compañía de mis apuntes, que a veces me olvidaba de comer.
Mi familia estaba desperdigada, cada uno en su ciudad, en sus pisos y apartamentos modernos. Comprendía que mis abuelos se hubieran ido a la ciudad, a vivir en un piso confortable con ascensor y calefacción; sin embargo a mí me enamoraba la paz y el aroma de aquel lugar. Desde mi ventana veía a la gente pescar truchas y  en primavera todo se llenaba de flores, me alegraban, me inspiraban.
Desde mi ventana entre abierta, respiraba la frescura del agua del río. Los árboles en primavera se visten de colores, del tono de las flores y forman un arcoíris difícil de igualar en las pinturas. 
Acudía siempre que podía, disfrutaba de independencia y soledad excepto en Navidad, entonces era el momento de conceder una tregua. Todos llegaban a la casa con la misma intención, un intento de hacer paréntesis en sus vidas y pasar unos días inolvidables juntos. Lo hacían estresados, dejaban sus problemas por el camino junto al río. Los eucaliptos que seguían el cauce, daban olor a toda la zona a través del camino a casa. ¡Qué placer el aroma del campo! Sonreían.
—Niños, oler esto que en la ciudad no lo pillamos.
—¡Huele raro, mamá!
—¡Son los eucaliptos!.
Cuando llegamos a la casa, aroma a tomate en rama.
En el salón huele a leña ardiendo en la chimenea. Y en la cocina, al cocido de la abuela.

María Teresa Fandiño Pérez.

La Coruña, España.

https://issuu.com/carmenmembrillaolea/docs/gealittera_22/1?e=12148429%2F36374137


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