Un arma perfecta para matar
Y, bajo sus pies, una lápida de mármol blanco ocultaba el cuerpo de aquel diablo color gris. Las negras cuencas que antes contenían sus ojos verdes, eran ahora una oquedad húmeda. Ocultándose en la oscuridad de su tumba, bajo una noche sin apenas luna, buscaba un culpable de quien vengarse.
Como un resoplo consiguió salir de aquella tumba, recorrió el lugar de copa en copa. Los árboles temblaban con mucho brío para tan poca brisa. Se acercó a él lentamente, acarició su cabello negro y le sintió joven, fuerte, libre… ¡Cómo le gustaba su cuerpo! Un arma perfecta para matar.
Se oía el silencio, se masticaba el dolor y él, impertérrito, escuchaba los árboles llorar y, en el horizonte, rugir el mar. Las sirenas aguardaban, unas tocaban la lira y otras recitaban poemas, en espera de ver un barco naufragar.
Llegó el diablo a buscar al mar con su cuerpo de hombre. Las sirenas le observaban y le cantaban al pasar. Mas ambos, el poder del infierno y la fuerza que lleva la espuma del mar, consiguieron tragarse la montaña. Sin que nada los pueda detener, dejan desolación y miseria por donde quiera que van.
No hay comentarios:
Publicar un comentario